“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14 RV60).
En el aniversario de su conversión, Charles Wesley escribió el gran himno “Oh, que tuviera lenguas mil”. En uno de las estrofas finales describió la gracia: “El dulce nombre de Jesús nos libra del temor; en las tristezas trae luz, perdón al pecador. Sobre pecado y tentación victoria te dará. Su sangre limpia al ser más vil —¡Gloria a Dios, soy limpio ya!”. Charles Wesley entendía la gracia pues comprendió que cuando Dios vino al mundo en la persona de Cristo, trajo consigo el favor, amor y misericordia inmerecidos además de su gracia interminable.
[Nosotros teníamos una deuda imposible de pagar, pero Dios la perdonó a través de los méritos de Cristo], nos amó aún siendo rebeldes [al enviar a Su Hijo], nos buscó [porque nosotros eramos incapaces de hacerlo] y revivió nuestros corazones inertes [al regenerarnos cuando pusimos nuestra fe en Cristo Jesús]. Dios no actúa basándose en nuestros méritos pues Su gracia es una realidad. Si esto es así, ¿por qué nosotros, como padres, nos regimos por un sistema de méritos? ¿Por qué hacemos que nuestros hijos se ganen nuestro favor a través de sus acciones, talentos y comportamiento? Yo entiendo que como padre es fácil juzgar a nuestros hijos de acuerdo con sus logros, pero esa no es la manera en que Dios trata a los que ya son Sus hijos, sino que se basa en Su gracia y no [en nuestro cumplimiento de] la ley.
Agradécele a Dios la gracia que nos da a través de Cristo y pídele que te enseñe a mostrar esa gracia a tu familia.
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Traducción: Ana Lucía Franco León, Ministerios Jesús 24×7
Edición y adaptación: David Franco